Laureano, el grande.

Estudiar a Laureano Gómez no es una tarea fácil. No obstante, alrededor de su figura se ha especulado de manera irresponsable, ha sido receptor de críticas e insultos que han incurrido en el hecho de que día tras día sea olvidado por el pueblo colombiano. 

Es evidente que el conservatismo colombiano ha sido cruelmente atacado, principalmente porque ha defendido sus posiciones de manera heróica a través de los años sin importar la circunstancia y momento, esto ha permitido la consolidación de uno de los partidos políticos más longevos de occidente, preservando la esencia histórica de la República. No obstante, no solo ha sido atacado de manera partidista, al contrario, pareciese ser que la única forma de desmeritar esta institución es mediante la condena de sus grandes exponentes. Laureano Gómez no es la excepción. 

Fiel a la idea de que mediante esta columna estoy preservando esa imagen digna y viva de Laureano Gómez, mantengo la convicción de que su paso terrenal fue el dique que evitó la inundación de Colombia en las ideas comunistas, anarquistas, liberales y anticlericales que se propagaban  bajo ese prontuario tempestuoso en la historia nacional. Para muchos este actuar representaba un peligro inminente, sin embargo, ante mis ojos significó la fortaleza de un hombre que siempre estuvo solo, admirablemente solo, y aún así combatió gallardamente los peligros que azotaban a la bandera. 

Como las fangosas tierras del amazonas y las fuertes tormentas del caribe, atacaba a sus contrapartes, no permitía la infamia de su nombre y defendía sus ideas bajo la intelectualidad, esa misma adquirida durante su estancia en el viejo continente como ministro plenipotenciario del gobierno Olaya Herrera y la cual siempre lo acompañó hasta su fatídica muerte en 1965. Gómez representó la dignidad del hombre mediante su actuar, jamás arremetió de manera cruel hacia sus opositores, al contrario, siempre mantuvo la compostura, la rectitud y la coherencia entre su pensamiento y accionar, algo difícil de encontrar en la historia política de su país. 

Forjado en carácter y voluntad encaminó al país al desarrollo, siendo ingeniero graduado de la universidad nacional de Colombia fortaleció la vía férrea nacional. Además, contribuyó al crecimiento económico mediante la explotación del café y la creación de instituciones bancarias como el banco popular que permitieron una oportunidad para miles de familias colombianas que habían sido azotadas por la república liberal instaurada en 1930. 

Su consigna fue la templanza, el que diga lo contrario es porque se ha limitado a replicar lo que nos han querido infundir sobre este hombre. Digo templanza, porque aún en los momentos más oscuros y rodeados de incertidumbre logró mantenerse firme a sus creencias, logró apaciguar la violencia engendrada en el territorio nacional, logró encaminar a Colombia hacia una república digna de su historia, una que enaltecía su pasado, honraba su presente, y construía su futuro. Esa fue la consigna de Laureano, templanza para una patria subyugada y ahogada en las tristezas de su presente. 

Su figura desafortunada ha sido degradada a la decadencia, esto es producto de una sociedad progresista y egoísta con el pasado. Es evidente que tuvo errores, debo mantener la imparcialidad dentro de mis escritos, sin embargo, sus errores fueron producto de una época en particular, la misma que aunque deseara entender sería incapaz de hacerlo porque no la viví, no la presencié y como consecuencia no puedo deducir como individuo. A pesar de ello, mi opinión se limita al hecho de que a un hombre se le juzga por su época más no por el presente, Laureano Gómez no debe ser la anormalidad. 

Honrar el pasado es un deber de los colombianos, el hacerlo no significa retroceder, al contrario, significa recoger las banderas del pasado e instaurarlas en el presente como guía perpetuo del hombre, algo necesario en la sociedad contemporánea de Colombia. Figuras como la de Laureano deben ser exaltadas por el conglomerado nacional pues sin ella la República habría sido desamparada, su obra emancipadora reemplazó a la de Caro y Valencia e interpuso una nueva visión de país alejada de las triviales discusiones que nos envolvían en la época. 

Deseo hacer mención de unas palabras mencionadas por Fiódor Dostoyevski  dentro de sus escritos en aras de apaciguar la grandeza de Laureano Gómez y su consigna:

“El misterio de la existencia humana no radica en mantenerse vivo, sino en encontrar algo por lo que vivir” 

Aquella frase envuelve a Laureano, él encontró en Colombia su motivo por el cual vivir, fue su ardiente sangre la que le brindó el deseo de sobrellevar la nación de las ruinas hacia un destino prominente y enaltecedor. Este es el legado de Laureano para los colombianos sin importar el momento en el que se reciba: Sacrificar las aspiraciones personales y enfrentar las consecuencias que trae la valentía y la fortaleza en son de una  Colombia constituida bajo el orden y la gloria. 


Su destino fue aquel que todo hombre debe perseguir y añorar, pasar a la historia de la república de manera inequívoca, no por sus ocupaciones, sus logros y sus experiencias, sino por su obra omnipresente con el paso del tiempo. Aunque son pocas las referencias audiovisuales que me permiten conocer un poco más de este hombre, debo recalcar que no es necesario conocer a una persona en vida para preservar su figura, basta con leer un poco de su ideario para corroborar la idea que encabezará esta columna, esa que se refleja en tres palabras: Laureano, el grande. 


Bogotá D.C. 

Domingo 10 de abril de 2022.



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