8,000 razones para recordar

 Bogotá D.C.

28 de mayo del 2022


Ocho mil razones para recordar.


La década de los noventa en Colombia representó un antes y un después en la nación. Producto del narcotráfico engendrado y personificado en Pablo Escobar y posteriormente heredado en los caballeros de Cali se logró demostrar el círculo vicioso en el cual Colombia siempre ha estado: la violencia. No obstante, sería en mil novecientos noventa y cuatro cuando este círculo tocaría fondo y como resultado, el conglomerado colombiano sería testigo de lo imposible, de lo decadente. 


En 1994 se celebraron elecciones presidenciales, las banderas eran las mismas de la época: el narcotráfico y la lucha contra las crecientes guerrillas. En esas elecciones se enfrentaban los partidos tradicionales colombianos, escenario reiterativo del siglo pasado. Por el partido conservador estaba el hijo del expresidente Misael Pastrana, Andrés Pastrana. Mientras que por el partido liberal aspiraba Ernesto Samper.  Es importante tener en cuenta lo siguiente, Colombia había pasado por una asamblea constituyente tres años antes, Pablo Escobar había sido el objetivo número uno del expresidente César Gaviria, el país vivía un momento social  trascendental en la historia contemporánea y la presión internacional hacia el país sobre su política de drogas eran los pilares que dirigirían aquella presidencia. 


Las elecciones fueron reñidas, el talante del partido conservador no había sido suficiente para alcanzar el palacio de Nariño, en esta ocasión era Samper quien ocuparía el solio de Bolívar, sin embargo, el tiempo sería el peor enemigo del presidente electo. Después de la muerte de Escobar, el cartel de Cali controló la bomba nuclear colombiana: La producción y exportación de cocaína, pasando así a ser el objetivo número uno del gobierno norteamericano en la lucha contra las drogas. En este punto no había vuelta atrás,  el gobierno de Clinton deseaba acabar con aquella estructura criminal y solicitaba la correspondencia del gobierno colombiano, él mismo que años atrás entregó su dignidad y honor con los que hoy debía perseguir, Qué ironía ¿no? 


Aquí detengo la narración de los hechos para describir la personalidad de los caballeros de Cali y su concepción de poder. Según el jefe de seguridad de Miguel Rodríguez, Jorge Salcedo (quien hoy vive bajo el programa de protección de testigos de Estados Unidos) se debe tener una clara idea de que los capos de Cali no funcionaban como Escobar lo hacía, es decir, en resumidas palabras y de forma burda, comprendieron que el poder de la violencia no era la solución, al contrario, el poder real en Colombia era el poder político y por ende emprendieron la busca hacia este. Habiendo realizado la mención anterior prosigo con la columna. 


Para la segunda vuelta presidencial la campaña de Ernesto Samper bajo el eslogan de “Samper presidente” sabía que su escalada a la presidencia no solo era difícil sino también costosa, la segunda, más importante. Según el capo del Cartel del Norte del Valle Luis Hernando Gómez, alias “Rasguño” para hacer política en Colombia solo se necesita una sola cosa: plata, ya que entiende que es un acto muy costoso. Posiblemente la campaña de Samper y sus gerentes lo comprendieron de la misma forma. Lo que estoy a punto de comentar muchos de ustedes ya lo sabrán, sin embargo, es un deber moral y ético devolver este episodio amargo de nuestro país a la memoria de los colombianos. 


Después de la segunda vuelta presidencial donde Samper fue electo presidente, Andrés Pastrana decide entregarle al expresidente César Gaviria una serie de cassettes que indicarían el vínculo de la mafia caleña con la campaña de Samper presidente, no obstante el fiscal De Greiff decide no abrir una investigación ya que su hija había hecho parte de la campaña de Samper. Sin embargo, con la llegada de Alfonso Valdivieso se procede abrir una investigación donde la fiscalía debería probar la supuesta entrada de “dineros calientes” a la campaña del entonces presidente. Sí, un reality show de primera.


Una vez abierta la investigación y con los cassettes como prueba reina, se desató un estallido social que se declaró en contra del gobierno Samper, el presidente recién elegido no debía demostrar que era un buen presidente, al contrario, debía demostrar que no era uno malo, a tal nivel llegó su situación. Ilustres periodistas como Álvaro Gómez liderarían una ola crítica en contra del “régimen” consolidado por la corrupción y el narcotráfico. “El presidente no se cae, pero tampoco se puede quedar” decía Álvaro Gómez Hurtado, quien sería asesinado bajo extrañas circunstancias en 1995 mientras salía de la universidad Sergio Arboleda. 


Aquellos “narcocasettes” exponían públicamente una serie de conversaciones sostenidas entre Alberto Giraldo y Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, donde Giraldo sirvió de intermediario y relacionista entre el gobierno y los capos, comunicando las exigencias del cartel para lo que aparentemente se habría pactado previo a las elecciones: una entrega de los miembros del cártel de Cali. Sin embargo, más adelante veremos lo nefasto de ese asunto. 


Volviendo a los narcocasetes estos en efecto probaron la existencia de un vínculo entre la campaña de Samper y la mafia, no obstante, la pregunta que reinaba era la siguiente: ¿Por qué la mafia “donó” esos dineros y qué esperaban a cambio? La respuesta es fácil de interpretar: Los capos deseaban someterse a la justicia, así pues, descubrieron que entregando aquel dinero a Samper, este les devolvería el “favor” con una réplica de lo que en Argentina fue la ley del punto final. Esta ley promulgó la imposibilidad de prescribir penalmente a los autores de los crímenes llevados a cabo durante la dictadura militar. En el caso colombiano, sería un sometimiento a la justicia a lo criollo: donde de sometimiento no hay nada, sino,  impunidad total. Una vez más se evidenciaba que la presidencia había sido comprada y que Samper solo cumplía una función, hacer lo que los caballeros de Cali desearan, y retribuirles políticamente su noble aporte a su campaña. 


La justicia no tardó en llegar, algo irónico en un país como Colombia, no obstante, llegó. El entonces ministro de defensa Fernando Botero fue capturado por la fiscalía, así mismo lo fueron Santiago Medina, tesorero de la campaña Samper presidente y el gerente administrativo Juan Manuel Avella, todos por el delito de enriquecimiento ilícito. Lo curioso de esto es que mientras todos sus círculos cercanos se desvanecían, Samper solo repetía la frase por la cual su presidencia fue recordada: “fue a mis espaldas”.  Sin embargo, él país pensaba una cosa completamente distinta lo cual en efecto es lo más racional del caso. 


Todo esto se “desmintió” producto de una conversación crucial para la comprobación de lo que había sucedido, esta fue la que sostuvo Miguel Rodríguez con Alberto Giraldo, a continuación dejaré un extracto: 


  • Alberto Giraldo: El hombre está urgido de dinero. 

  • Miguel Rodríguez: ¿Quién? 

  • Alberto Giraldo: Pues el hombre. 

  • Miguel Rodríguez: ¿Eduardo? 

  • Alberto Giraldo: Sí. 


La conversación continúa, sin embargo, es su final el cual corroboró que en efecto Samper presidente bailaba de brazos cruzados con los caballeros de Cali, observen: 


  • Alberto Giraldo: La realidad es que necesitan cinco mil millones (la campaña) de los cuales tienen conseguidos dos. Necesitan tres de ustedes. 

  • Miguel Rodríguez: Esos los hay. 

  • Alberto Giraldo: ¿Sí?

  • Miguel Rodríguez: Sí. Eso está ahí,  está ahí.  


Así finaliza aquel “narcoassette”, la evidencia recolectada demostró por primera vez que la presidencia de Colombia había sido negociada y posteriormente comprada por los dineros entregados por el cartel para la campaña del entonces presidente, Ernesto Sámper Pizano. A pesar de ello, su única excusa fue el desconocimiento, su argumento la victimización y su actuar el egocentrismo provocado por el poder. Sin embargo, lo más cínico del comportamiento Samperista fue su decisión de permanecer en la presidencia respaldado por su más aguerrido defensor, el fallecido congresista Horacio Serpa quien también rindió cuentas sobre lo sucedido en el denominado proceso ocho mil. 


Actualmente, Samper no compadeció ante la justicia, su único juicio fue uno ficticio y parcializado realizado por el congreso de aquel entonces donde vio la “libertad” en su puerta producto de un congreso ampliamente irreverente y donde muchos congresistas tenían un historial cuestionable sobre su elección. No obstante, aquello no impidió que Samper quedara libre y como consecuencia hoy disfruta de una vida dedicada a los conversatorios y charlas, donde recientemente se ha sumado a la política para meter sus manos al fuego por el actual candidato a la presidencia por el pacto histórico Gustavo Petro, y donde previamente le hizo campaña a su hijo Miguel Samper Strouss, quizás todo en aras de mantener aquella noble cruzada de la familia Samper, encabezada por supuesto de Ernesto. 


“Ocho mil” fue un antes y después de Colombia, sus instituciones y su legitimidad serán siempre cuestionadas producto de este acto cometido. Sin duda, debo confesar que  mientras investigaba y escribía estas palabras me sentí como en el relato de Sergio Stepansky de León De Greiff que dice: 



Juego mi vida, cambio mi vida 

de todos modos la llevo perdida…


Eso hizo Samper, cambió la vida de la nación y se regocijó de aquel acto.



Finalmente, quiero dejar dos palabras: memoria y rechazo. La primera es una invitación a todos ustedes, a reflexionar y pensar sobre el pasado de nuestro país. Un pasado oscuro y desolador que deja entrever la realidad de nuestro país y la decadencia a la que hemos llegado. Una que es inminente, ya compraron un presidente, ¿Qué sigue? La segunda es para que tachemos aquellos personajes que le hicieron daño a la bandera y humillaron al escudo, Samper es uno de ellos. Estos personajes merecen ser recordados por el daño irreversible que ocasionaron en Colombia, por su actitud indeleble, por su mal actuar y por su desacato de la ley.


 A ellos nada más que rechazo y repulsión.


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