Elegía de Álvaro Gómez Hurtado


El siglo XX en Colombia fue sin duda un climax de inestabilidad política, social y económica. Un momento histórico donde la nación se vio fuertemente dividida a raíz de la coyuntura que tomaba lugar en el país. Los Conservadores y Liberales entendieron que la única manera de hacer prevalecer sus ideales era mediante la violencia, una que se suscita a partir de un ideal implacable e inamovible de ambos partidos, demostrando su poderío a través de atentados entre los unos a los otros.

Hacia finales de los años ochenta, ya no era la violencia partidista la que nos consumía sino, pareciese que la bomba atómica colombiana era el tráfico de cocaína hacia los Estados Unidos. Además, se agregaba una fuerte presencia de guerrillas marxistas en el territorio, que estaban poniendo al estado en jaque y además, alteraban el status quo de Colombia. 

Fueron muy pocas las personalidades políticas de la nación que decidieron levantarse en contra del narcotráfico en Colombia, esas personas se dieron cuenta de la degeneración moral y ética que estaba tomando lugar en el país. Ellos decidieron actuar sin embargo, el destino de aquellos fueron los proyectiles y los velorios, su lucha era de admirar pero el apoyo que recibieron fue insuficiente, incluso sería aún más la impotencia que sentiría la nación con los resultados de las elecciones presidenciales de 1994. 

Hay quienes dicen que con la elección de Ernesto Samper se llegó a la cúspide del narcotráfico en Colombia, y es que es impensable que hoy vivamos con el martirio en vida de que posiblemente un presidente llegó a ser electo a raíz del apoyo recibido por el hoy extinto cartel de Cali, liderado por los hermanos Rodríguez Orejuela. Es verdaderamente nefasto este acontecimiento, hoy por hoy ha sido  comprobado el ingreso de dineros ilícitos a su campaña presidencial. El denominado proceso 8,000 representa el declive moral no solo de un partido o de una personalidad sino, que demuestra el declive que vivimos y seguimos viviendo como nación. 

8,000 sale a luz pública poco tiempo después de la elección de Samper, por primera vez el pueblo colombiano observaba de manera clara la indeleble actuación del estado colombiano, observábamos como Serpa y Samper se quedaban sin excusas, concluyendo su defensa en el supuesto hecho de que todo había sucedido a las "espaldas" de ellos y que como consecuencia no podían ser atacados ni tildados de "títeres" de la mafia.

Sin embargo, este no es el motivo de esta columna, jamás desperdiciaría mi tiempo en hablar sobre Samper o Serpa, mucho menos recordarlos, estos personajes no merecen ningún tipo de exaltación o admiración del pueblo colombiano. Mencionaba previamente las personalidades que agotaron hasta su último aliento en la lucha de estos acontecimientos, muchos recordarán a Lara o Galán, sin embargo, yo hoy recuerdo a uno de los próceres conservadores más grandes que ha engendrado la república, Álvaro Gómez Hurtado. 

Álvaro Gómez Hurtado antes que nada fue la luz al final de túnel en el futuro del país, su gran pecado fue su padre, posiblemente esa fue la cruz que tuvo que cargar en el víacrusis de su vida, a pesar de ello entendió las necesidades del país, encontró las respuestas de los interrogantes en Colombia, funcionó como reformador y transformador de la jurisprudencia colombiana, y  seguramente su última gran victoria fue la crítica continua en contra de los parásitos de la patria, esta misma que le costó su vida. 

Siempre he sido un fiel admirador de Álvaro, su ideario representa uno de los más completos y mejor desarrollados en la historia reciente colombiana, me cuesta creer que jamás fue presidente, este hombre tenía una basta preparación intelectual y práctica para potenciar al país hacia el camino del desarrollo. Es un sentimiento de melancolía en mi alma y un corazón desgarrado el cual experimento mientras escribo esta columna, pero no porque no haya logrado la presidencia sino, por su destino final. Desde que inicié mi preparación intelectual y política he creído en la idea de que los grandes hombres están encaminados a destinos inexplicables, donde lo último usualmente no es lo anhelado ni lo apetecido. Álvaro Gómez no fue la excepción de esta idea, el vivió una vida enaltecida por sus glorias y sus logros, demostró que la transparencia sí es posible en Colombia, pero también demostró que la dignidad y el honor jamás pueden ser intercambiadas, al contrario, estas dos son las herramientas que logran discernir entre un hombre pulcro y aquel que se rodea del mejor postor. Sin embargo, ¿cual fue su destino?  El de  los proyectiles y el silenciamiento. Cuatro disparos,  uno de ellos se alojó en su corazón, el mismo que latía feroz e incansablemente en aras de una mejor Colombia. 

Su asesinato, revuelve mis sentimientos, me genera ira y dolor, pero más allá de eso me provoca impotencia de su final, no era justo que su vida terminara de esa forma, no era justo que jamás llegara al poder, no era justo que la esencia de Álvaro fuera censurada por pretensiones personales, no era su momento, no era su final, no era justo que el corazón de Álvaro dejara de latir.  

Fue posiblemente el último político colombiano de la vieja guardia, defendió los intereses nacionales y funcionó como apaciguador en los momentos más determinantes, resistió ferozmente los ataques en su contra e incluso sobrevivió a un secuestro de más de 50 días a manos del M-19, pero no pudo sobrevivir al temor infundado en sus críticos, un temor fundamentado en los argumentos y las cualidades que le hacían resaltar de lo común, quizás fue este temor que generó amenaza en sus detractores, quienes encontraron que la única forma de sobrevivir a la pluma y oratoria de Álvaro era mediante su asesinato, en sus conciencias deberán cargar este ultraje realizado al pueblo colombiano. 

Han pasado 9,573 días desde que fuimos testigos de este magnicidio, la mayoría de las nuevas generaciones siquiera conocen al pionero del cambio bajo un estructurado acuerdo sobre lo fundamental, "¿quién fue?" "¿qué hizo?" son las preguntas que usualmente se vociferan después de indagar por Álvaro. Lo más doloroso de este episodio es que la justicia pareciese ser una parcial y movida por intenciones oscuras o cómo me gusta llamarla "la mano negra que no es tan negra" donde se falla por personalidades y no por la verdad. 

El legado de Álvaro jamás será olvidado, mucho menos despreciado, por eso, como colombiano admirador de este estandarte exijo que la justicia recalque los hechos de este acontecimiento, que los resuelva, que los aclare porque hoy por hoy seguimos sintiendo el dolor y la agonizante sensación de que este crimen es menos que otros, pero más allá es el sentimiento de creer que este crimen no merece ser resuelto, y no porque no sea trascendental sino, porque los verdaderos asesinos no desean que se conozca la verdad. 

Dijo antes de su muerte que su destino podría ser el de las ráfagas y que de serlo no podríamos considerarlo como un infortunio particularmente, sino como la convocación de las masas hacia la transformación, a pesar de ello, 26 años más tarde, aún siento el fraguado sentimiento que rodea mi alma suscitado por su muerte. No lo conocí, no lo vi ni lo escuché, pero era tan emancipadora su obra y paso por la tierra que aún así hoy conozco y respeto al grande, Álvaro Gómez Hurtado. 











 

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